No existe otro mandamiento mayor que estos.
Son muchos los que se acercaron a Jesús y tuvieron un encuentro significativo con Él. Pero luego se fueron y continuaron su vida como ni nada hubiese sucedido. Es el caso del escriba de hoy, que pregunta: ¿Qué mandamiento es el primero de todos?
El escriba ha preguntado por un mandamiento: el mayor. Jesús le responde con dos mandamientos. Dos que son uno: son las dos caras de una moneda, son los dos palos, vertical y horizontal, de la cruz. Si falta uno no hay religión cristiana.
Amar a Dios y a los prójimos; a los prójimos y a Dios. Dos mandamientos que son uno. Porque, como dice el Papa Francisco, amar a Dios quiere decir invertir cada día nuestras energías en ser sus colaboradores en el servicio sin reservas a nuestro prójimo, en buscar perdonar sin límites y en cultivar relaciones de comunión y de fraternidad.
Santa Teresita nos sorprende compartiendo su descubrimiento del amor al final de su vida: Dios me ha concedido la gracia de comprender lo que es el amor. Es cierto que también antes lo comprendía, pero de manera imperfecta. No había profundizado en estas palabras de Jesús: El segundo mandamiento es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo me dedicaba sobre todo a amar a Dios… Meditando las palabras de Jesús comprendí lo imperfecto que era mi amor a mis hermanas y vi que no las amaba como las ama Dios. Sí, ahora comprendo que el amor perfecto consiste en soportar los defectos de los demás, en no extrañarse de sus debilidades, en edificarse de los más pequeños actos de virtud que les veamos practicar.
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