Esto dijo enseñando en la sinagoga de Cafarnaún.
Esto; se refiere a todo el amplio discurso sobre el pan de vida (Jn 6, 26-59). Discurso precedido por el milagro de la multiplicación de los panes y la travesía del lago. La frase principal del fragmento final que hemos escuchado es ésta: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Naturalmente, estas palabras resultan escandalosas para quienes las entienden en sentido literal. Tampoco nosotros debemos entenderlas de modo literal; o convertiremos la Eucaristía en algo distinto a lo que Jesús quiere. Esto, por desgracia, es algo sucede con frecuencia entre cristianos piadosos.
Mi carne es verdadera comida. La carne de Jesús es la vida del Dios encarnado; del Dios hecho carne como uno de nosotros. La sangre de Jesús es su vida derramada gota a gota; comulgando, nos identificamos con Él y tenemos vida en abundancia. Como y asimilo la carne de Jesús cuando hago de Él el punto de referencia de mi vida. Bebo y asimilo la sangre de Jesús cuando permanezco en Él, como el sarmiento en la vid: El que permanece en mí y yo en Él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5).
El misterio cristiano es misterio de humildad. En primer lugar, la de quien, siendo de condición divina, se despojó de su rango tomando la condición de esclavo (Flp 2, 7). En segundo lugar, la del hombre que somete la razón en un profundo acto de humildad ante algo tan poco razonable.
Jesús se identifica con ese pan partido y compartido. Jesús nos deja la Eucaristía con un fin preciso: que nosotros podamos convertirnos en una sola cosa con Él (Papa Francisco).
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