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28/04/2025 Lunes 2º de Pascua (Jn 3, 1-8)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 27 abr
  • 2 Min. de lectura

Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío.

Nicodemo era una autoridad en Jerusalén. Era honrado, instruido y respetado. Y admiraba a Jesús. Pero había en su vida cosas que no encajaban con la persona y el mensaje de Jesús: metas conseguidas, distinta religiosidad… Jesús responde al elaborado saludo de Nicodemo, presentando sus cartas sin contemplaciones:

Te aseguro que, si uno no nace de nuevo, no puede vislumbrar el reino de Dios.

No es fácil vislumbrar el reino de Dios. Porque la lógica del reino de Dios está en las antípodas de la lógica del mundo o de la religiosidad de la ley. La lógica del reino es compasión, cercanía a los débiles, gratuidad… En verdad, hay que nacer de nuevo. Quien no supera el pasado por santo que sea, no puede entrar a formar parte del reino de Dios.

¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Podrá entrar de nuevo en el vientre materno para nacer?

Nicodemo entiende que lo que Jesús propone puede ser conseguido con el propio esfuerzo. Jesús intenta hacerle ver que no, que no basta con la observancia de la ley; que hace falta un nuevo principio de vida; que lo de nacer de nuevo es obra del Espíritu: De la carne nace carne, del Espíritu nace espíritu. Cada uno de estos principios de vida transmite la vida que posee.

El Evangelista había hablado en el prólogo de los no nacidos de la sangre o de deseo de la carne…, sino de Dios. Había escrito también: La ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por Jesucristo (Jn 1, 13; 17). Nicodemo tiene por delante un largo recorrido. Recorrido que concluirá ante el Crucificado (Jn 19, 39).

 
 
 

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