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28/05/2022 Sábado 6º de Pascua (Jn 16, 23b-28)

Os aseguro que lo que pidáis a mi Padre, os lo dará en mi nombre.

Poco antes había dicho: Lo que pidáis en mi nombre, lo haré (14, 13). Y en el Evangelio de Lucas: Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán (Lc 11, 9). Y en la oración que Él nos enseñó, toda la segunda parte está dedicada a la petición.

Jesús es el punto de referencia de todo; también de la oración de petición. Así pidió en el momento más angustioso de su vida: Padre, tú lo puedes todo, aparta de mí esta copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya (Mc 13, 36). Es modélica también la petición del leproso: Señor, si quieres, puedes sanarme (Lc 5, 12).

Pedimos lo que creemos necesitar, y lo hacemos con la naturalidad del niño que no tiene nada que no le sea dado. La oración de petición es buena porque promueve la filiación y porque la filiación suscita la petición. Jesús lo expresa bien cuando dice: Cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis (Mc 11, 24). Una petición, hecha con sencillez y confianza, contiene en sí misma lo pedido. Por eso no es bueno recurrir a fórmulas semimágicas que prometen conseguir lo que pretendemos. No es bueno, porque son maneras ajenas a la filiación.

Os lo dará en mi nombre. Todo sucede en su nombre. Todo tiene en Él su consistencia (Col 1, 17). Todo es por Él, con Él y en Él. Cuanto pedimos, sea para nosotros mismos o para otros, lo pedimos unidos a Él, compartiendo su sintonía con el Padre.

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