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28/06/2021 San Ireneo (Mt 8, 18-22)

Viéndose Jesús rodeado de la muchedumbre, mandó pasar a la otra orilla.

Ha venido y morirá por la muchedumbre, pero no se siente cómodo rodeado de la muchedumbre; la muchedumbre no tiene agilidad para seguirle por el camino. Por eso deja la muchedumbre y ordena pasar a la otra orilla. Es una buena introducción para lo que viene: las dos posibles vocaciones a la fe, al seguimiento de Jesús.

Maestro, te seguiré adonde vayas. Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza.

Todo seguidor de Jesús, todo creyente, debe asumir la radicalidad del seguimiento de Jesús. Debe asumir la inseguridad y el desprendimiento de todo, especialmente del yo: El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo (Mt 16, 24).

Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos.

Todo seguidor de Jesús, todo creyente, debe aprender a no programar demasiado su vida. Debe aprender a, prescindiendo del pasado, estar abierto al imprevisto y al riesgo que supone adentrarse en el mar en una barquita. Eso sí, siempre en compañía de Jesús.

Estos dos posibles seguidores de Jesús son buena gente y están ilusionados con Él. Pero se desaniman ante tan tremenda radicalidad. Jesús es radical a la hora de mostrar el camino. Pero, una vez en camino, olvida su radicalidad y es blando y perdona todo desvío y toda traición; lo saben bien Pedro y compañeros. De todos modos, quien ha sido seducido por Él asume toda exigencia y relativiza toda renuncia.

No es posible el seguimiento estando sentado. No es posible el seguimiento estando acurrucado en una guarida o instalado en un nido. No es posible el seguimiento mirando hacia atrás.

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