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28/06/2025 Inmaculado Corazón de María (Lc 2, 41-51)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 27 jun
  • 2 Min. de lectura

Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Si en la fiesta de ayer celebrábamos a un Dios que es corazón, que es amor infinito, en la fiesta de hoy celebramos a la criatura cuyo corazón más se asemejó al de Dios; el corazón más agraciado y el más agradecido. El corazón de María es grande porque Dios, mi Salvador, se ha fijado en la humildad de su esclava (Lc 1, 48).

Su madre conservaba todo esto en su corazón. Lo que entendía y lo que no entendía. Ante un misterio tan inimaginable como el de la Encarnación surge la confusión, el asombro, la perplejidad. También a ella, como a todo discípulo de Jesús, el Espíritu la conducirá poco a poco hasta la verdad completa. Con frecuencia sucederá lo sucedido en Jerusalén: Ellos no comprendieron lo que quería decir.

El corazón de María es limpio, lleno de gracia y de verdad. El favor de Dios ha colmado su corazón con la verdad de su persona: Ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava. Es un corazón vacío de sí misma. El favor de Dios lo ha colmado con la verdad de Dios: Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Es un corazón lleno de Dios por saberse infinitamente amada sin haberlo merecido.

La Virgen y su esposo habían recibido a ese Hijo, lo custodiaban y lo veían crecer en edad, sabiduría y gracia en medio de ellos, pero sobre todo crecía dentro de sus corazones. Y poco a poco aumentaban su afecto y comprensión por Él. Por eso la familia de Nazaret es santa: porque estaba centrada en Jesús, a Él se dirigían todas las atenciones y preocupaciones de María y José (Papa Francisco).

 
 
 

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