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28/07/2021 Miércoles 17 (Mt 13, 44-46)

El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.

La segunda parábola, la del mercader que busca perlas finas, se parece mucho a la del tesoro. Pero hay una muy significativa diferencia: mientras en la primera el hombre encuentra algo que no busca, en la segunda encuentra algo que sobrepasa todo lo que soñaba. En ambos casos, el Reino de los Cielos se convierte en el valor supremo por el que los agraciados renuncian a todo lo demás.

Ante el descubrimiento de algo precioso, para uno el tesoro, para el otro la perla de gran valor, ambos se ven unidos por un mismo sentimiento: la sorpresa y la alegría de haber encontrado la satisfacción de todo deseo. El Reino de los Cielos se hace presente en la persona de Jesús. Él es el tesoro escondido, es Él la perla de gran valor. Su presencia transforma la existencia. Es una presencia acogedora, alegre, fecunda (Papa Francisco).

El tesoro encontrado en el campo transforma la vida de quienes lo descubren. Los vecinos comentan que parecen trastornados porque no van por la vida con el sentido común de los demás. Si decidimos que el campo es la Iglesia, veremos cómo muchos, buena gente sin duda, deambulan por el campo sin haberse topado con el tesoro. Se nota en la falta del dinamismo de la alegría; y en la monotonía de la rutina. Falta que se cumplan en ellos las palabras de Jesús: Os he dicho estas cosas para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado (Jn 15, 11).

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