También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases.
El discurso de las parábolas concluye con dos muy breves: la de la red y la del amo de casa. La parábola de la red se parece a la de la cizaña. En el mundo, igual que en cada persona, coexisten lo bueno y lo malo. Al final de los tiempos se hará justicia, la justicia de Dios: Del mismo modo que por Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo… Cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo principado, dominación y potestad. Porque Él debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies… Cuando hayan sido sometidas a Él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a Él todas las cosas para que Dios sea todo en todos (1 Cor 15, 22-28).
¿Estamos capacitados nosotros para discernir qué peces conservar, y cuáles desechar? A nosotros nos corresponde no imponer criterios; ir por la vida con humildad sin presentarnos como modelos. Nos corresponde ofrecer Evangelio, no imponerlo. Las actitudes intolerantes y rígidas pervierten el discernimiento. La parábola de la red es una invitación a la paciencia y a la espera confiada de un juicio de misericordia.
Un letrado que se ha hecho discípulo del Reino de Dios se parece a un amo de casa que saca de su alacena cosas nuevas y viejas.
Esta pequeña parábola del amo de casa es una invitación a no desperdiciar nada, ni lo viejo ni lo nuevo. Todo es bueno cuando todo tiene su punto de referencia en Jesús. Porque todo tiene en Él su consistencia (Col 1, 17).
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