28/07/2025 Lunes 17 (Mt 13, 31-35)
- Angel Santesteban
- 27 jul
- 2 Min. de lectura
El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta.
Podría haber propuesto un majestuoso cedro del Líbano como protagonista de alguna parábola. No; prefiere protagonistas pequeños, como la semilla de mostaza. Claro que, a pesar de su pequeñez, la semilla alberga un torrente de energía: Aunque es la más pequeña de las hortalizas, se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.
El reino de los cielos se parece a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo.
Las dos parábolas, mostaza y levadura, acentúan la enorme diferencia entre el principio y el final. La presencia actual del reino es imperceptible si la buscamos en el mundo. Pero es evidente, desde la fe, que su fuerza es imparable y concluirá transformándolo todo. Al final, llegada la plenitud de los tiempos, hará que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1, 10).
Mostaza y levadura son retrato del mismo Jesús. El mundo no se enteró de su existencia. Y así es hasta el día de hoy. Solamente unos pocos estamos al tanto de lo más real de toda realidad. En muchas situaciones de la vida puede suceder que nos desanimemos al ver la debilidad del bien respecto a la fuerza aparente del mal. El Evangelio nos pide una mirada nueva sobre nosotros mismos y sobre la realidad; pide que tengamos ojos grandes que saben ver más allá, para descubrir la presencia de Dios que, con amor humilde, está siempre operando en el terreno de nuestra vida y en el de la historia (Papa Francisco).
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