Un sábado que entró a comer en casa de un jefe de fariseos ellos lo vigilaban.
¿Sería un fariseo liberal quien lo había invitado, o quizá estaba usando de Jesús para presumir de amplitud de miras ante sus colegas? Comoquiera que fuese Jesús se encuentra en terreno hostil: lo vigilaban.
Pero también Él vigila y, viendo cómo los convidados escogen los puestos de honor, les dice: Cuando alguien te invite a una boda, no ocupes el primer puesto. No es necesario ser Jesús para dar semejante lección de sensatez. Cualquier persona mínimamente sabia entiende que la grandeza humana es discreta. Una autora actual escribe: es más difícil realizar lo extraordinario con sencillez que lo sencillo de manera ampulosa. No caigamos en la insensatez de la fatuidad; dejemos de mendigar cumplidos. De lo contrario seremos el hazmerreír de todos.
La lección de Jesús con esta parábola va más allá de una invitación a la discreción. Jesús nos está diciendo que los invitados al banquete de la vida, todos los somos, hemos sido invitados sin merecimiento alguno por parte nuestra. Lo nuestro no es un derecho es un don. Sería ridículo pretender recompensas.
La parábola es una invitación a entrar en la órbita de la gratuidad. La gratuidad es la perla más preciosa del cristianismo. Quizá la más difícil de entender. Por eso Jesús concluye la parábola con estas sorprendentes palabras: Cuando des un banquete, invita a pobres, mancos, cojos y ciegos. Dichoso tú, porque ellos no pueden pagarte. Dios invita a la vida a todos sin que nos lo merezcamos. Los únicos méritos de los presumir son los de quien murió por nosotros en la cruz. Nosotros no tenemos nada que no nos sea dado. Por eso cantó muy inspirado el poeta: No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.
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