Las zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos, pero este Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.
Recordemos el contexto de estos encuentros: Jesús y sus discípulos siguen el camino de Jerusalén. Se dirigen hacia la cruz y la muerte. Es algo que los discípulos nunca debemos olvidar. Los tres encuentros de hoy producen extrañeza. Pero llegará el día en que al discípulo le encantarán los desatinos e irracionalidades del Maestro.
Son tres los hombres que acuden a Jesús con la intención de unirse a sus discípulos. Son buena gente, son generosos, son entusiastas. La actitud poco amable de Jesús nos apena. Aquellos tres hombres, en principio vocaciones muy valiosas, volverían desencantados a sus casas.
¿Por qué Jesús no es un poco más diplomático? ¿Por qué no trata de endulzar la píldora? No; quiere que sus seguidores tengan claro desde el principio que las reglas del seguimiento son cosa suya, no del candidato. Se equivocan quienes, con tanto de generosidad y de buena voluntad, pretenden establecer ellos las reglas del seguimiento porque creen saber en qué consiste el seguimiento. Suelen ser personas piadosas y entregadas, con escaso conocimiento vital del Evangelio.
A otro le dijo: Sígueme. Él respondió: Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre.
Quien quiere ser discípulo, que no debe buscar garantías ni para hoy ni para mañana. La única garantía se llama Jesús de Nazaret: Sígueme. Sin explicaciones, sin objetivos, sin planes.
Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios.
Seguir a Jesús significa renunciar a mirar atrás. Significa, por ejemplo, renunciar a convicciones religiosas tradicionales: Olvidando lo que queda atrás, me esfuerzo por lo que hay por delante y corro hacia la meta (Flp 3, 13).
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