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28/09/2025 Domingo 26 (Lc 16, 19-31)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 27 sept
  • 2 Min. de lectura

Había un hombre rico, que vestía de púrpura y lino… Y había un pobre, llamado Lázaro, cubierto de llagas y echado a la puerta del rico.

Difícil encontrar un texto más contundente sobre los graves riesgos de las riquezas. La parábola ilustra bien la primera de las malaventuranzas de Jesús: ¡Ay de vosotros los ricos!, porque ya recibís vuestro consuelo (Lc 6, 24). Esta parábola del rico y el pobre nos hace evocar el salmo 49 que advierte sobre el peligro de los bienes materiales: No sufras cuando un hombre se hace rico, pues cuando muera no ha de llevarse nada. Y el estribillo del salmo que dice: El hombre en su riqueza no comprende, es igual que las bestias que perecen.

En verdad, las riquezas, con demasiada frecuencia, hacen a los hombres ciegos y sordos, incapaces de ver al pobre e incapaces de escuchar la voz de Dios. Cuando vivimos instalados en la comodidad, fácilmente nos volvemos indiferentes al sufrimiento ajeno. Fijémonos en que al rico de la parábola no se le condena por abusar del pobre, sino por mostrarse indiferente ante él. El rico no se porta mal con el pobre; sencillamente, prescinde de él. Pasa por delante varias veces al día y no le hace caso.

 

Con esta parábola Jesús parece tener presente lo que sucede en nuestros días con tantos abusos de los poderosos contra los débiles. Y nosotros, especialmente nosotros los cristianos, no podemos conformarnos con lamentos. No nos podemos conformar con quejarnos amargamente de los poderosos que abusan tan inhumanamente de los más débiles. Esos abusos deben espolearnos a convertirnos de la indiferencia a la compasión, del derroche al compartir, del egoísmo al amor, del individualismo a la fraternidad.

La parábola nos resulta incómoda. Tanto que no nos gusta detenernos en ella. Y deberíamos tener la valentía de dejarnos interpelar por ella.  Está bien buscar y encontrar a Jesús donde a nosotros nos gusta, que suele ser aquí, en el silencio y la intimidad de una iglesia. Pero mejor buscar y encontrar a Jesús donde a Él le gusta, en los Lázaros que tenemos a la puerta de casa.

 
 
 

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