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28/10/2022 Santos Simón y Judas, apóstoles (Lc 6, 12-19)

Por aquellos días, subió a una montaña a orar y se pasó la noche orando a Dios.

Por aquellos días. Es decir, apenas comenzada su vida pública. Su predicación y milagros atraen pronto a hombres y mujeres que pasan largos ratos con Él. Hasta ahora conocemos solamente cuatro nombres: Pedro, Santiago, Juan y Leví. Este último, el único seguidor por invitación expresa de Jesús (Lc 5, 27).

Ahora Jesús decide escoger a doce. ¿Para qué? Como dice el Evangelista Marcos, para que convivieran con Él y para enviarlos a predicar con poder para expulsar demonios (Mc 3, 14).

Pasó la noche orando. Antes de una elección tan importante, Jesús prolonga su encuentro con el Padre. Seguramente dedica algo de su tiempo, no mucho, a sopesar pros y contras de posibles candidatos. Dedica las horas, sobre todo, a estar con Abbá, y confiarle a Él la elección.

Entre los Doce, los hay con mucho protagonismo (Pedro y Juan). Otros son casi desconocidos (Simón el Celota y Judas Tadeo). Ninguno de los Doce destacó por nada; todos eran gente de pueblo. Los apóstoles eran personas sencillas. Su fe se basaba en una experiencia fuerte y personal del Crucificado-Resucitado. No tenían miedo de nada ni de nadie; incluso veían las persecuciones como un motivo de honor que les permitía seguir las huellas de Jesús (Papa Francisco).

Bajó con ellos y se detuvo en un llano, donde había un gran número de discípulos y un gran gentío del pueblo.

Los llamados por Él, los creyentes, nos encontramos con Él en la montaña, en la oración, donde Dios se manifiesta; por encima de los vaivenes de la vida. Después del encuentro bajamos con Él al llano para salir al encuentro de la humanidad.

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