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28/11/2020 Sábado 34 (Lc 21, 34-36)

Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza, logréis escapar y podáis manteneros en pie delante del Hijo del Hombre.

Así concluye el discurso que hemos estado escuchando estos días sobre el fin de Jerusalén y sobre el fin del mundo. En el corazón del discurso está Él, el Hijo del Hombre; con su muerte, con su resurrección, con su regreso cuando el tiempo toque a su fin para cada uno de nosotros. Ese encuentro con el Hijo del Hombre, Señor de nuestra vida, es nuestra meta. Y mientras aguardamos ese momento, vigilantes y despiertos, esperamos su gloriosa venida. Porque como Él nos dijo, cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros (Jn 14m 3).

Mantenernos en pie. El Concilio de Nicea del año 325 llegó a prohibir el arrodillarse los domingo y durante el tiempo pascual. ¿Por qué? Porque la posición vertical evoca la resurrección. Jesús nos invita a vivir de pie, la postura cristiana por excelencia (Papa Francisco).

Cuidad que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida.

El bienestar físico y material puede hacer que nos embotemos y nos instalemos en seguridades que no lo son. Nos lo recuerda la pandemia que sufrimos. Por otra parte, tampoco es cuestión de dejarnos atrapar por el pánico ante inseguridades físicas o materiales.

Que la espera del momento glorioso del encuentro con el Señor sea serena. Con la paz y la seguridad que brotan de la fe. Que podamos decir como Pablo: Sé de quién me he fiado, y estoy convencido de que puede custodiar mi depósito hasta el día aquel (2 Tim 1, 12).

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