Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas.
Comenzamos el Adviento de cuatro semanas de preparación a la Navidad. Lo hacemos inmersos en el Adviento de los años de preparación a la venida gloriosa y definitiva de nuestro Salvador Jesucristo.
Adviento es el tiempo en que se acoplan el ayer, el hoy y el mañana. Desde la fe en el ayer, proyectamos la esperanza hacia el mañana; esto hace que vivamos intensa y dinámicamente el hoy.
El Evangelio de este primer domingo de Adviento es el mismo que hemos escuchado estos días pasados, los últimos del año litúrgico. La primera y la segunda venida del Señor están íntimamente vinculadas. Estos días repetiremos con frecuencia las últimas palabras de la Escritura: ¡Marana tha! (¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!) (Apo 22, 20). Nunca convirtamos el gozoso Marana tha en el pavoroso Dies irae. Repetiremos el Marana tha pensando tanto en Belén como en el día de nuestro encuentro definitivo con el Señor. Recordemos lo que nos dice: Cuando vaya y os lo tenga preparado, volveré para llevaros conmigo (Jn 14, 3).
El Papa Francisco dice que en Adviento no vivimos solamente la espera navideña, también estamos invitados a despertar la espera del glorioso regreso de Cristo.
Poned atención que no es os embote la mente.
No nos dejemos arrastrar hacia un modo de vida egocéntrico. No nos dejemos embaucar por la tentación del consumismo comercial tan típica de estas fechas. No nos dejemos llevar por el consumismo espiritual, haciendo del propio progreso el centro de nuestra oración y de nuestros empeños. Velad en todo momento. Nos amodorramos y olvidamos el mandato del Señor cuando nos ocupamos de lo nuestro. El Adviento nos invita a un esfuerzo de vigilancia mirando más allá de nosotros mismos, alargando la mente y el corazón para abrirnos a las necesidades de la gente, de los hermanos y al deseo de un mundo nuevo (Papa Francisco).
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