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28/12/2021 Los Santos Inocentes (Mt 2, 13-18)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 27 dic 2021
  • 2 Min. de lectura

Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel, que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven.

El crimen de Herodes ilustra bien lo que Juan escribe al comienzo de su Evangelio: la luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no la comprendieron. La celebración de hoy destroza la atmósfera de paz y alegría de estos días. La Navidad no debe hacernos olvidar las tragedias de nuestro mundo, cercanas, lejanas, conocidas, anónimas.

Creados a imagen de Dios, a veces lo demostramos; como los papás con sus niños. A veces, nos empeñamos en demostrar lo contrario. No es necesario señalar a grandes criminales de la historia. Todos somos capaces de lo mejor y de lo peor: Quien esté sin pecado, que arroje la primera piedra (Jn 8, 7).

Un grito se oye en Ramá.

Tratando de poner algo de luz ante el horrendo crimen de Herodes, el Evangelista recurre a la Escritura. Es el camino a seguir; el de la razón no conduce a ninguna parte: Tu Palabra es lámpara para mis pasos, luz en mi sendero (Salmo 119, 105). Tu Palabra; la Palabra hecha carne en el seno de María. Contemplando al Crucificado, el Evangelista Juan recurre igualmente a la Escritura: Mirarán al que traspasaron (Jn 19, 37).

José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto.

Se lo ha sugerido en sueños el ángel del Señor; José lo ha decidido tras horas de oración. Contemplemos y recurramos a José, especialmente cuando tomamos decisiones serias. Así estaremos atentos a lo que sucede a nuestro alrededor. Así nos levantaremos, aunque sea de noche y no entendamos nada. El niño y la madre siempre con nosotros.

 
 
 

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