Primero fue la parábola del administrador infiel. Luego, los consejos de Jesús sobre el uso correcto del dinero. Ahora, la parábola del rico y de Lázaro. Este capÃtulo 16 del Evangelio de Lucas gira en torno al dinero.
HabÃa un hombre rico… Y habÃa un pobre, llamado Lázaro…
Nos está permitido imaginar que el rico era una persona que acudÃa cada mañana al templo para hacer sus rezos; y que contribuÃa con donativos importantes para el esplendor del culto; y que estaba convencido de que Dios estaba satisfecho con él; y que gozaba de buena reputación en la ciudad. Luego resultará que, llegado el dÃa final, se verá colocado a la izquierda del juez y escuchará aquello de: Apartaos de mÃ, malditos…; y él, a coro con muchos otros, se lamentará: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento…?Â
Al rico no se le acusa de matar o robar o portarse mal; simplemente no se entera de la necesidad del pobre. Lo habÃa dicho Jesús: Os aseguro que un rico difÃcilmente entrará en el Reino de los Cielos (Mt 19, 23). Este hombre es condenado por su indiferencia al pasar cada dÃa por delante del mendigo sentado a la puerta de su casa. Su religiosidad y su altruismo están al servicio de su bien calculada egolatrÃa. Como dice Pablo: Aunque reparta todos mis bienes y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada mi sirve (1 Cor 13, 3).
Esta parábola intenta abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea un vecino o sea un pobre desconocido. La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo (Papa Francisco).