A algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás les dijo esta parábola.
Poco antes había echado en cara a los fariseos: Vosotros sois los que os las dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones (Lc 16, 15).
Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano.
Fariseísmo y publicanismo son dos actitudes de vida siempre presentes entre los humanos. ¿Con cuál de ellas me identifico mejor? ¿O quizá las dos se alternan en mi vida? Según la parábola, debería vivir instalado en el publicanismo.
El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres.
Su error no está en la hipocresía ya que lo que dice es cierto. Su error está en confiar en sí mismo y creerse superior a otros. Es especialmente oportuna la imagen del hermano mayor del pródigo como telón de fondo de este hombre tan convencido de haber ganado méritos suficientes ante Dios. No necesita de nadie para salvarse; tampoco de Dios.
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador! Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no.
El Evangelio de Jesús no es una serie de normas que hay que cumplir; es la proclamación de la gratuidad del amor de Dios que hay que acoger gozosamente. Un autor actual escribe: La gratuidad es la perla más preciosa del cristianismo. Sin ella, el cristianismo se convierte en una religión vulgar y corriente, en la que todo hay que ganar a base de ascesis y de esfuerzos.
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