Celebramos de forma especial a Santa Catalina de Siena (1347-1380) por ser patrona de Europa. Mística, predicadora, escritora… Sus gestiones resultaron decisivas para el regreso del Papa de Avignon a Roma.
En aquella ocasión Jesús tomó la palabra y dijo: ¡Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla!
Sabemos que la oración era fundamental en la rutina diaria de Jesús: Solía retirarse a lugares solitarios para orar (Lc 5, 16). Normalmente lo hacía por la mañana temprano, cuando los demás todavía dormían. Pero, ¿cómo oraba? Los Evangelios responden a esta pregunta en contadas ocasiones. Hoy es una de ellas. Jesús, en medio de sus discípulos, ora en alta voz y espontáneamente. Es una oración que expresa agradecimiento; también asombro. Asombro ante lo que San Pablo llama lo insondable de los designios y lo inescrutable de los caminos de Dios. Solamente la actitud humilde de quien se sabe muy poca cosa abre el camino para penetrar en el abismo de riqueza, de sabiduría y de ciencia de Dios (Rm 11, 33). Aquí está el secreto de la mayor de las sabidurías.
Venid a mí los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
Quiere que nos acerquemos a Él, que le miremos a los ojos, que tratemos con Él de amigo a amigo. Nada de quedarnos en el cumplimiento frío y distante de normas y deberes. Estamos llamados a cultivar con esmero el trato de amistad con quien sabemos nos ama. Debemos hacerlo, porque a nosotros nos ha dado a conocer los misterios del Reino de los Cielos. A nosotros sí, y a muchos otros no (Mt 13, 11).
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