Catalina de Siena murió en 1380 con solo 33 años. Es la gran figura de la Iglesia de su tiempo. Consiguió que el Papa volviese a Roma de su exilio de Avignon. Fue proclamada doctora de la Iglesia por el Papa Pablo VI en 1970.
Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla.
La gente sencilla. San Pablo lo constataba viendo los hombres y mujeres que formaban las primeras comunidades cristianas: Observad, hermanos, quiénes habéis sido llamados: No muchos sabios en lo humano, no muchos poderosos, no muchos nobles (1 Cor 1, 26). Lo mismo podemos decir hoy observando a los que nos reunimos en nuestras asambleas dominicales.
Los sabios y entendidos son los autosuficientes; los que se creen algo, se fían de sus capacidades y prescinden de Dios; pueden ser intelectuales o analfabetos, ricachones o mendigos. La gente sencilla es la que deposita su confianza en Dios; pueden igualmente ser intelectuales o analfabetos, ricachones o mendigos.
Acudid a mí, los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
La confianza en Dios no nos ahorra dificultades y sufrimientos, pero nos alivia. Es normal que la vida nos procure cansancios y agobios; entonces la fe es un gran apoyo: El Señor es mi pastor, nada me falta. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo. Tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan (Salmo 23). Lo malo es que sea la religión la que nos procure esos cansancios y agobios. Muy mala solución. Así sucede cuando, en lugar de tener a la Vida como punto de referencia, vivimos una religiosidad escrupulosa haciendo de leyes y tradiciones el punto de referencia.
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