Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante Él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría.
No parece lógica esta alegría. Lo lógico sería que los discípulos quedasen tristes ante la marcha del Señor. Pero la lógica cristiana tiene poco que ver con la lógica humana. Aquellos discípulos saben que, aunque ya no podrán disfrutar de la presencia física de Jesús, Él está con ellos todos los días hasta el fin del mundo.
La vida cristiana es fundamentalmente alegre; o no es cristiana. Evidentemente, el centro de la vida cristiana debe estar ocupado por Jesús. Si ese centro, en lugar de estar ocupado por Jesús, está ocupado por los propios intereses materiales o espirituales, entonces esa vida no es cristiana. Puede ser una vida de mucha piedad y de conducta intachable, pero no es cristiana. Una vida así suele tener cara de funeral. Santa Teresa se lamentaba de tantas personas buenas que no gozan de alegría por estar ocupadas consigo mismas. Y Santa Teresita escribe que lo que el cristiano debe hacer es centrarse en el Señor sin mirarse a sí mismo y sin examinar demasiado los propios defectos. San Juan de la Cruz, más lapidario, dice: Pon los ojos solo en Él.
Vacío de sí mismo, el cristiano tiene todo su espacio interior libre para el Señor y para los prójimos. Así adquiere una mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Y vive alegre. Con esa alegría que Jesús quiso que disfrutásemos todos cuando dijo: Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena (Jn 15, 11).
El Papa Francisco escribe: Es la alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios: Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien… No te prives de pasar un buen día (Si 14, 11; 14).
Hoy, fiesta de la Ascensión, no es un día triste de despedida. Al contrario: Los discípulos se volvieron a Jerusalén con gran alegría.
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