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29/05/2025 Jueves 6º de Pascua (Jn 16, 16-20)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 28 may
  • 2 Min. de lectura

Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de poco me volveréis a ver.

A todo discípulo de Jesús, a todos nosotros, nos toca vivir momentos luminosos y momentos oscuros; momentos en que la fe brilla, y momentos en que la fe parece haberse apagado. El mismo Jesús, en todo como nosotros menos en el pecado, conoció la oscuridad más absoluta. Fue en Getsemaní y en la cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Los discípulos decían: ¿Qué es ese poco? No sabemos lo que quiere decir.

La cruz no entraba en los planes de aquellos discípulos. No es de extrañar que no entiendan y que estén desorientados. No comprenden que conviene que Él se vaya. No comprenden que su Espíritu trabaja más y mejor en la oscuridad, en la noche. Todo aquel que se proclama cristiano lo será de verdad solamente cuando haya abrazado al Crucificado. Por eso que, tanto entonces como ahora, muchos abandonen el seguimiento cuando Jesús les pone ante la cruz: El que no toma su cruz y me sigue detrás, no es digno de mí (Mt 10, 37). Por eso que, tanto entonces como ahora, lo realmente extraordinario es que algunos perseveremos en su camino; son milagros del Espíritu.

Dentro de poco me volveréis a ver. Jesús trata de animarnos. Tendremos momentos de cruz que nos parecerán eternos, pero duran poco; lo verdaderamente definitivo es la alegría.

La alegría cristiana es un don del Espíritu Santo: es tener el corazón siempre alegre porque el Señor ha vencido, porque el Señor me miró, y me envió, y me dio su gracia. La alegría, en el momento de la prueba, se convierte en paz (Papa Francisco).

 
 
 

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