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29/06/2021 Santos Pedro y Pablo, apóstoles (Mt 16, 13-19)

San Pablo: Esta vida en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí.

San Pedro: Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.

Los dos, ¡tan grandes y tan frágiles!; los dos, ¡tan enamorados de Cristo y tan diferentes! ¡Qué bueno celebrar a los dos finalmente juntos! Esta es la fiesta de la unidad de la Iglesia que abraza, como Jesús, toda diversidad de dones, de temperamentos y de personas. Es una unidad acompañada de fuertes tensiones entre institución y profetismo, entre conservadores y progresistas, entre dogma y mística. Todos tenemos cabida en la gran sala del banquete.

Las diferencias biográficas y doctrinales entre Pedro y Pablo son muchas y profundas. Pedro es más cauteloso, más conservador; Pablo, más lanzado, más revolucionario. Llegan a litigar seriamente (Gal 2, 14). Pero ni Pedro se cierra a los gentiles, ni Pablo se olvida de la comunidad madre de Jerusalén. Están unidos por el amor apasionado por Jesús y nada les separará del amor de Cristo. Nada les hará perder la fe, el amor o la paz. Esta es la fiesta de las tensiones de la convivencia entre personas incondicionales de Jesús. Tanto Pedro como Pablo sufrieron, como todo ser humano, un largo proceso de purificación. Los dos son buenos maestros en la tan necesaria ciencia de vivir serenamente con nuestras miserias personales y comunitarias.

¿Quién decís que soy yo?

Pedro responde: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Pablo: Esta vida en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó así mismo por mí (Gal 2, 20).

¿Cómo respondo yo? La respuesta será siempre buena si es personal; mejor aún, si es pasional, como la de Pedro o la de Pablo.

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