Os aseguro que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre.
Con estas palabras de Jesús, celebramos la fiesta de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Se podrían haber elegido muchas otras, porque Jesús menciona con frecuencia a los ángeles. Dos ejemplos nada más: ¿Piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? (Mt 26, 53). Ni pueden ya morir, porque son como ángeles (Lc 20 36).
Jesús, al hablarnos hoy de los ángeles de Dios que suben y bajan sobre el Hijo del Hombre, está evocando el sueño de Jacob en Betel (Gen 28, 10-17). Jacob vive el momento más difícil de su vida porque su hermano Esaú le busca para matarlo. De repente, en lo más hondo de su desesperación, se le abre una puerta en lo alto con una escalera por donde suben y bajan los ángeles de Dios. El sueño de Jacob se hará realidad cuando el Hijo del Hombre sea levantado sobre la tierra: Cuando yo sea elevado de la tierra atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32).
La escalera y los ángeles de Dios que bajan y suben son imagen del mismo Jesús que bajó y subió. Continuamente baja y sube, porque siempre con nosotros y siempre con el Padre. Cuando nos tenga preparado el sitio volverá y nos acompañará por esa escalera que es Él mismo.
Celebramos la fiesta de estos ángeles que tienen nombres propios en la Escritura; cada uno con su cometido especial. Felipe fue un ángel para Natanael. Luego Natanael lo fue para otros. Ahora todos nosotros estamos llamados a ser ángeles para muchos.
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