Os aseguro que veréis el cielo abierto y los ángeles de Dios subiendo y bajando por este Hombre.
Miguel, Gabriel y Rafael. Las últimas dos letras de los tres nombres hacen referencia a Dios. Los arcángeles, como todo ser celestial, proceden de Dios y a Dios sirven. Miguel, quién como Dios; Gabriel, fuerza de Dios; Rafael, medicina de Dios. La religión judía colocaba a Dios en un trono muy elevado; necesitaba intermediarios. Llega el Hijo del Hombre que se abaja hasta hacerse uno de nosotros, y los ángeles de Dios suben y bajan por este Hombre.
Natanael se ha encontrado con Jesús y ha quedado hechizado por su persona: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Jesús le promete: Has de ver cosas mayores. Las cosas mayores prometidas a Natanael y a todo discípulo están prefiguradas en la escala de Jacob (Gen 28, 10). Son cosas que van más allá de lo imaginable.
San Pablo intenta expresarlo así: ¡Oh abismo de riqueza, de sabiduría y de ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! Porque de Él, por él y para Él son todas las cosas. ¡A Él la gloria por los siglos! Amen (Rm 11, 33-35). Intenta también que todos suspiremos por estas cosas mayores: Que podáis comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento. Así os llenaréis del todo de la plenitud de Dios (Ef 3, 18-19).
Celebramos la fiesta de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Nos unimos a ellos, y a todos los seres que de Dios vienen y a Él van, añadiendo al propio nombre las letras EL.
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