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29/10/2020 Jueves 30 (Lc 13, 31-35)

En aquel mismo momento se acercaron algunos fariseos y le dijeron: Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte.

Hace cuatro capítulos que Jesús ha emprendido el viaje hacia Jerusalén (9, 51). Ahora, mientras atraviesa ciudades y aldeas enseñando, urge a todos a entrar por la puerta estrecha (13, 22-24). Es la puerta por la que también Jesús tiene que entrar. Ni Herodes ni nadie condicionarán su empeño.

A la puerta estrecha de Jesús, que consiste en el amor llevado hasta el extremo de la cruz, se opone la puerta ancha de la religiosidad farisea que sabe mucho de leyes y poco de amor.

A juzgar por lo que vemos en nuestro entorno y en nosotros mismos, ¡qué sencillo resulta cambiar la puerta estrecha por la ancha! Además, en el convencimiento de entrar por la puerta más santa. ¡Qué sencillo pervertir lo cristiano cuando uno no ora y vive desde el Evangelio!

Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén.

El don de profecía no consiste en la habilidad para adivinar el futuro, sino en la capacidad para ayudar a otros a interpretarlo todo desde la perspectiva de Dios. Este don, como todo seguimiento verdadero de Jesús, está íntimamente ligado a Jerusalén y a la cruz.

¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo sus alas, y no habéis querido!

Jesús se ofrece como ternura y cuidado maternal, como una gallina a sus polluelos, pero su libertad en la entrega nunca suple la nuestra. Por eso, de nosotros depende abrirnos a su propuesta, dejarnos desinstalar por ella o mantenernos blindados en la defensa de nuestros intereses y justificaciones (Papa Francisco).

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