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29/10/2021 Viernes 30 (Lc 14, 1-6)

Había allí, delante de Él, un hombre hidrópico.

Primero fue el hombre de la mano seca (Lc 6, 6-11); luego la mujer encorvada (Lc 13, 10-17). Ambos episodios sucedieron en sábado en la sinagoga. Hoy es un hombre hidrópico. Sucede en sábado, pero en la casa de uno de los jefes fariseos. Los tres casos comparten el mismo telón de fondo: el legalismo inhumano de los fariseos, tan preocupados por Dios y tan despreocupados de los hombres. Jesús trata de hacerles ver que la misericordia está por delante del sacrificio y el prójimo por delante de Dios. Pero no encuentra respuesta a sus preguntas.

Acercándonos a esta actitud tan monolítica, descubrimos que a todos nos cuesta cambiar aunque veamos la necesidad de hacerlo. Santa Teresa dice de sus santas monjas que mudar costumbre es muerte. Disponemos de dos tipos de corazas para protegernos ante los riesgos de los cambios. Una, personificada en Herodes, es facilitada por la sensualidad. La otra, personificada por los fariseos, es facilitada por la religión. Jesús, ante Herodes, se calla; pone en práctica lo de no echar las perlas a los puercos. Ante los fariseos se indigna; no puede callar porque dicen hacerlo en nombre de Dios. El silencio fariseo es la coraza de protección ante los intentos de Jesús por derribar sus defensas. No es fácil que el fariseo aprenda que la mejor actitud ante Jesús es la de perderlo todo, como Pablo: Por Él perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo (Flp 3, 8).

Jesús tomó al enfermo, lo sanó y lo despidió.

Comenta el Papa Francisco: Jesús se acerca. La cercanía es la prueba de que vamos por el camino auténtico, el camino que eligió Dios para salvarnos.

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