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29/11/2020 Domingo 1º de Adviento (Mc 13, 33-37)

Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento. Al igual que un hombre que se ausenta: deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele.

Comenzamos el nuevo año litúrgico con la misma invitación a la vigilancia con que concluíamos el año anterior. Comenzamos este breve Adviento de diciembre tratando de prepararnos para la mejor celebración de la Navidad. Lo hacemos inmersos en el Adviento de la vida, toda ella preparación para el encuentro definitivo con el Señor de nuestra vida. Como nos dice Él: Cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros (Jn 14, 3).

¿Cómo hacer para estar siempre despiertos y serenos? ¿Cómo hacer para no dejarnos aturdir por el ruido y la superficialidad del mundo? ¿Cómo hacer para vivir en modo pleno y consciente, con una preocupación dirigida en primer lugar a los demás? ¿Cómo hacer para no caer en el desánimo al comprobar la futilidad de nuestros esfuerzos? La respuesta a estas preguntas es una sola: Evangelio. No hay mejor despertador, no hay mejor tonificador. Sin Evangelio nos amodorramos irremediablemente, aunque seamos piadosos y buena gente. Sin Evangelio vamos por la vida con caras de Cuaresma sin Pascua. Sin Evangelio no logramos salir de los esquemas aburridos en que nos hemos instalado. Sin Evangelio podemos fácilmente adoptar la espiritualidad del bienestar; sin comunidad ni solidaridad.

Con el Evangelio como fiel acompañante de la vida, más que predicar atraemos y cautivamos. Así nos dice el Señor: Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena ((Jn 15, 11). La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Con el Evangelio como fiel acompañante, el Adviento de nuestra vida será una espera serena y luminosa.

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