Las ovejas escuchan su voz, él llama a las suyas por su nombre y las saca fuera… Camina delante de ellas y las ovejas le siguen, porque reconocen su voz.
El pastor y las ovejas. Es una estampa que rezuma belleza, sosiego, confianza. Es una estampa frecuente en las Escrituras: El Señor es mi pastor, nada me falta (Salmo 23). Así velaré yo por mis ovejas. Las recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas (Ez 34, 12). Es un bello retrato de la Verdad. Es muy cierto que quien no ama la Verdad es porque no la ha conocido.
La relación entre el Pastor y las ovejas es una relación basada en el amor. En su amor, no el nuestro. Porque el amor consiste no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados (1 Jn 4, 10).
La tarea de las ovejas consiste en escuchar su voz, en escuchar su Palabra. Esa Palabra suya, especialmente la de los Evangelios, que es sacramental y que alimenta la fe y fortalece la voluntad.
Yo soy la puerta de las ovejas.
Quienes no conocen a Jesús usan otras puertas para entrar en lo profundo de cualquier realidad: las puertas de la razón, de la ciencia, de la psicología, del esoterismo… Nosotros, creyentes, sabemos que la puerta es Jesús. No hay puerta mejor hacia el propio conocimiento y hacia el conocimiento de toda realidad en su dimensión más profunda. Pero el seguimiento de Jesús no debe ser un seguimiento de borregos: Él llama a cada una por su nombre. Así que nada de ¿dónde va Vicente?, donde va la gente. La relación con Jesús debe ser personal y estrecha; una relación que conduzca a una vida de plenitud.
El Papa Francisco nos invita a pedir la gracia de reconocer y seguir la voz del buen Pastor, que nos saca del redil del egoísmo y nos guía hacia los pastos de la verdadera libertad.
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