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30/04/2025 Miércoles 2º de Pascua (Jn 3, 16-21)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 29 abr
  • 2 Min. de lectura

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Único.

Mientras estamos en este mundo no somos capaces de asimilar plenamente esta maravillosa realidad proclamada por Jesús y encarnada en Jesús. Mientras estamos en este mundo no somos capaces de vivirlo todo a la luz de ese amor que lo abraza absolutamente todo. Claro que desde estas palabras de Jesús entendemos mejor lo vivido por los grandes amigos de Dios que fueron Juan y Pablo. Por ejemplo, lo que dice Juan: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo para expiar nuestros pecados (1 Jn 4, 10). O lo que dice Pablo: Para nosotros existe un solo Dios, el Padre, que es principio de todo y fin nuestro, y existe un solo Señor, Jesucristo, por quien todo existe y también nosotros (1 Cor 8, 6). Y también: De Él, por Él, para Él existe todo. A Él la gloria por los siglos. Amen (Rm 8, 36). En verdad, la razón última de la presencia de Jesús entre nosotros no es el pecado, sino el amor de Dios que quiere compartir con nosotros, con todos nosotros, la plenitud de la vida. Lo hace de forma absolutamente gratuita.

Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él.

Dios ama nuestro mundo tal como es y nos ama a nosotros tal como somos; igual que una madre ama a sus hijos tal como son. Ese amor significa salvación; salvación que no es para unos pocos privilegiados, sino para todos. Porque a Dios no se le pierde nadie, Dios no deja de amar a nadie.

 
 
 

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