Le dicen: Ahora sí que hablas claro… Por esto creemos que has salido de Dios. Jesús les respondió: ¿Ahora creéis?
Es el final del largo discurso a los discípulos en la última cena. Se muestran satisfechos y seguros. Creen que, finalmente, lo han entendido todo. Confían en su saber y en su querer. Pero Jesús, con delicadeza, les hace ver que no han entendido nada. Y es que continúan conjugando la vida en primera persona: sabemos, creemos. Por eso les dice: Mirad que llega la hora en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo.
No pretende desalentarles. Ni se pone dramático. No apreciamos en Él reproche alguno. Sí compasión, comprensión, paciencia. Le parece normal que le fallen. Conoce muy bien lo frágil de su adhesión a Él. Busca que cimenten esa adhesión únicamente en Él: ¡Ánimo!; yo he vencido al mundo. La seguridad y la paz la hallamos en Él. Cuando, en la cruz, todo parezca perdido, todo habrá sido ganado: Y yo, cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32). Los discípulos podremos perder escaramuzas y batallas, pero debemos saber que la guerra está ganada.
Cuando construimos nuestra casa sobre la Roca, entonces esta casa, tan frágil ella, se siente segura. Entonces los discípulos podemos permitirnos el lujo de presumir de la inconsistencia de nuestra casa: Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo (2 Cor 12, 9). Así es cómo alcanzamos la más sólida de las certezas: Estoy seguro de que ni muerte, ni vida; nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (Rm 8, 38-39).
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