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30/06/2021 Miércoles 13 (Mt 8, 28-34)

Al llegar a la otra orilla, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros…

Después de calmar la tempestad, el Evangelio de Mateo sitúa a Jesús por primera vez en una región pagana. Abundan los cerdos. Abundan la barbarie y la alienación. Aunque, como vemos al final del relato, todo envuelto en buenos modales. Ahora su señorío no es sobre la naturaleza, sino sobre las fuerzas del mal que esclavizan al hombre.

¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?

Los hombres no se dan cuenta de que el tiempo de libertad de las fuerzas del mal tiene fecha próxima de caducidad; los demonios, sí. De hecho, para el creyente, esa fecha ya ha llegado. ¿Somos gozosamente conscientes de esto? Lo somos si suscribimos esta convicción de Santa Teresa: Siendo yo sierva de este Señor, ¿qué mal me pueden hacer a mí? ¿Por qué no he de tener fortaleza para combatirme con todo el infierno?

Él dijo: Id. Ellos salieron y se metieron en los cerdos. La piara en masa se lanzó por un acantilado al lago y se ahogó en el agua.

Aniquilado todo demonio. Así lo ve San Pablo: Él debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte (1 Cor 15, 25-26).

Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, en viéndole, le rogaron que se retirase de su territorio.

Jesús, sin replicar, se marcha. Tengámoslo en cuenta sus seguidores. Las victorias del Evangelio liberando al ser humano, son vistas por el mundo como amenazas para el orden establecido. Seremos excluidos, desterrados, perseguidos por los dueños de los cerdos.

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