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30/08/2021 Lunes 22 (Lc 4, 16-30)

Fue a Nazaret, sonde se había criado, y según su costumbre entró un sábado en la sinagoga y se puso en pie para hacer la lectura.

Los Evangelistas organizan sus libros y presentan la vida y el mensaje de Jesús dependiendo de la audiencia a la que se dirigen y de lo que ellos consideran más relevante. Para el discurso inaugural, Mateo escoge una montaña; Lucas prefiere la sinagoga de Nazaret. Lucas, a lo largo de todo su Evangelio, acentuará con fuerza el proyecto de Dios de liberación del sufrimiento y de la opresión: Me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor.

Hoy, en presencia vuestra, se ha cumplido este pasaje de la Escritura.

Jesús lee el comienzo del capítulo 61 de Isaías. Lo hace con mucha libertad; se permite corregir al profeta omitiendo lo referente al castigo de Dios. Parecido a las enmiendas del Sermón de la Montaña en Mateo: Habéis oído que…, pero yo os digo que. Pero lo más sorprendente es que centra en su propia persona la profecía de Isaías. No nos extrañe que sus paisanos se escandalicen. No nos extrañe que tampoco nosotros aceptemos sin reticencias el mensaje de la misericordia y de la gratuidad.

El Papa Francisco dice que las palabras de Jesús ponen a prueba nuestra fe en Dios y, al mismo tiempo, revelan toda su fuerza positiva. No es que la fe haga desaparecer la enfermedad, sino que nos ofrece una clave que nos ayuda a ver cómo la enfermedad puede ser la vía que nos lleva a una cercanía más estrecha con Jesús, que camina a nuestro lado cargado con la cruz.

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