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30/08/2022 Martes 22 (Lc 4, 31-37)

Estos meses pasados hemos escuchado el Evangelio de Mateo; desde hoy, y hasta el Adviento, escucharemos el de Lucas. Jesús comienza su vida pública en Cafarnaún.

¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.

Poco antes el Evangelista nos ha dicho que la gente se quedaba asombrada de su enseñanza, porque su palabra estaba llena de autoridad.

Con autoridad. No puede ser de otra manera porque Él es la Palabra, y porque dice lo que vive, y porque actúa desde su poder siempre movido por la misericordia. Ante este Jesús que habla y actúa con autoridad nos preguntamos con cuánta autoridad hablamos y actuamos, con cuánta autoridad presentamos el Evangelio con la vida o con la palabra.

Pero, ¡atención! Es posible responder positivamente y estar equivocado. Así es si se vive más desde fuera que desde dentro; si se habla desde lo aprendido más que de lo vivido; y, sobre todo, si la interioridad no está iluminada por la Palabra de Dios. Sin esa iluminación, se puede ser santo pero no cristiano. Por eso es cuestionable la oración de quien no tiene a mano la Escritura, especialmente los Evangelios.

Un autor actual escribe: La palabra del Señor tiene poder salvador. Los cristianos de confesión católica, por oposición a los cristianos de confesión protestante, damos mucha más importancia a la presencia del Señor bajo las especies de pan y vino. Pero el Señor, como enseña el Concilio Vaticano II (SC 7) está también presente en su palabra. Es necesario que nos acostumbremos a valorar mucho más su presencia en su palabra, pues escuchar y acoger la palabra del Señor es también recibirle a Él.

Así nos pareceremos al Señor y hablaremos y actuaremos con autoridad.

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