30/09/2025 San Jerónimo (Lc 9, 51-56)
- Angel Santesteban

- 29 sept
- 2 Min. de lectura
Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén.
A Jerusalén porque, como comenta el Evangelista Juan, entiende que le ha llegado la hora de pasar de este mundo al Padre (Jn 13, 1). Se afirma en su voluntad de subir a Jerusalén a sabiendas de que allí le esperan el rechazo, la incomprensión, la muerte. Los discípulos le siguen a regañadientes. El Evangelista Marcos dice que Jesús iba por delante, y que los discípulos lo seguían asombrados y las gentes iban con miedo (Mc 10, 32). También ellos entienden que es un viaje sin regreso. Cada vez se ven más distantes de Jesús. Sus grandes expectativas están abocadas al fracaso.
Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?
Ha escogido el camino más corto; el camino que cruza país samaritano. Y se encuentra con que los samaritanos no le recibieron porque se dirigía a Jerusalén. Ante semejante desaire, los hijos de Zebedeo piden a Jesús un castigo ejemplar. Son fervientes discípulos de Jesús, pero no han captado todavía que el perdón y la misericordia son los principales distintivos de Jesús. Con razón Jesús les había puesto a Santiago y Juan el apodo de Boanerges, o hijos del trueno (Mc 3, 17). Podrían ser declarados patronos de los católicos fervorosos que no han asimilado el Evangelio.
Él se volvió y los reprendió. Y se fueron a otra aldea.
Jesús reprende a sus discípulos por su actitud violenta hacia quienes viven o piensan de otra manera. No acepta que hagamos daño en nombre de Dios. Lejos del seguidor de Jesús la espada de la intransigencia o de la intolerancia.
Comentarios