Corriendo más adelante, se subió a un sicómoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Zaqueo ha oído hablar de Jesús y quiere conocerle. Así que cuando oye que Jesús pasa por Jericó camino de Jerusalén, abandona su despacho para verle pasar. Pero como Zaqueo es pequeño y son muchos los que rodean a Jesús, la cosa se le complica. Para conseguir lo que se propone, hace algo ridículo en un hombre adulto, en un hombre rico, en alguien conocido y odiado por todos ya que jefe de los publicanos de Jericó: ¡se sube a un árbol! Cuando Jesús pasa por debajo, levanta la vista y le dice:
Zaqueo, baja aprisa, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa. Bajó a toda prisa y lo recibió muy contento.
También Jesús hace algo poco decoroso: se autoinvita a casa de un hombre proscrito por aquella sociedad tan religiosa. Zaqueo está lejos del perfil que se espera en un seguidor de Jesús. Pero cualquier perfil es bueno para Jesús. Aunque sea rico en dinero, Zaqueo no deja de ser un pobre hombre.
Al verlo, murmuraban todos porque entraba a hospedarse en casa de un pecador.
Quienes rodean a Jesús han sido antes un estorbo impidiendo que Zaqueo pudiese ver a Jesús. Ahora murmuran porque ha entrado en casa de un indeseable. Parece que saben mejor que Jesús cómo debe ser Dios. Esto es un toque de atención para quienes creemos estar cerca de Jesús, y no miramos a la periferia en busca de posibles Zaqueos.
Hoy ha llegado la salvación a esta casa.
El encuentro con Jesús transforma a Zaqueo. Se nota en su alegría. Se nota, sobre todo, en su compromiso con la justicia y en su solidaridad con los prójimos. Algo que nunca deja de asombrarnos es la gratuidad de Jesús. No pide, no impone nada. No hurga en el pasado de Zaqueo. Como sucede con el pródigo, primero es la invitación y luego la conversión.
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