Uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Él contestó: Pelead para entrar por la puerta estrecha.
Miguel de Unamuno suplica a Dios que agrande la puerta: Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños, yo he crecido, a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad; vuélveme a la edad aquella, en que vivir es soñar.
Teresa de Lisieux agradece a Dios su pequeñez; ningún problema para pasar por la puerta estrecha. Escribe en una carta del 17 de septiembre de 1896 a su hermana María del Sagrado Corazón: Las riquezas espirituales hacen injusto al hombre cuando se apoya en ellas con complacencia, creyendo que son algo grande. Lo que agrada a Jesús es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia. Este es mi único tesoro… Mantengámonos, pues muy lejos de todo lo que brilla, amemos nuestra pequeñez… Si deseas sentir alegría o atractivo por el sufrimiento, es tu propio consuelo lo que buscas… ¡Cómo quisiera hacerte comprender lo que yo siento!... La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor.
Ésta es la puerta estrecha. El Papa Francisco, en su reciente encíclica DILEXIT NOS, dice de esta carta de Teresita: Es uno de los grandes hitos de la historia de la espiritualidad y debería ser leída mil veces por su hondura, claridad y belleza. Con esta carta, Teresita ayuda a su hermana María del Sagrado Corazón, a evitar concentrar esta devoción en un aspecto dolorista, ya que algunos entendían la reparación como una suerte de primacía de los sacrificios o de los cumplimientos moralistas.
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