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30/11/2020 San Andrés, Apóstol (Mt 4, 18-22)

Son las cuatro de la tarde de un venturoso día, cuando Andrés, con su amigo Juan, encuentra a Jesús. Se entusiasma tanto que conducirá a su hermano Pedro a Jesús: Hemos encontrado al Mesías (Jn 1, 35-40). En otra ocasión, esta vez en compañía de su amigo Felipe, ayudará a unos griegos a encontrarse con Jesús. Andrés es un hombre que inspira confianza; es un buen mediador.

Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Y ellos, al instante, dejando las redes, le siguieron.

Andrés y Pedro. Son hermanos y son pescadores. Su vocación no nace en circunstancias extraordinarias, sino en medio de sus ocupaciones diarias. Tampoco ellos eran personas extraordinarias. A ellos y a nosotros son aplicables las palabras de Pablo: Observad, hermanos, quiénes habéis sido llamados: no muchos sabios en lo humano. Dios ha elegido a los débiles del mundo para humillar a los fuertes (1 Cor 1, 26).

Jesús escoge a sus discípulos de dos en dos. De igual manera, los enviará a misionar de dos en dos. No hemos recibido una existencia o una vocación para vivirlas en solitario; las hemos recibido para vivirlas en Iglesia, en comunidad, en fraternidad. La sociedad de la increencia no quiere saber de Iglesia, de comunidad, de fraternidad.

Jesús llama a todo creyente, tal como llamó a los hermanos Andrés y Pedro, para estar a su lado y para proclamar la Buena Noticia a toda la creación. Y, llegado el momento de una especial iluminación del Espíritu, comprendemos lo privilegiados que somos. Y entonces, descubierta la grandeza de Dios, descubrimos la nuestra propia; y hacemos de nuestra vida un Magnificat permanente.

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