Mientras caminaba junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, Simón llamado Pedro y Andrés, que estaban echando una red al lago.
En el comienzo de la vocación de Andrés, hermano menor de Pedro, hay dos momentos clave. El primero, el de su primer contacto con Jesús. Nos lo narra el cuarto Evangelio. Juan y Andrés, que están con el Bautista, ven un día pasar a Jesús, le siguen, y se quedan con Él aquel día. Andrés quedó prendado de Jesús y le faltó tiempo para comunicar a su hermano: Hemos encontrado al Mesías (Jn 1, 41).
Les dijo: Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres. De inmediato, dejando las redes, le siguieron.
El segundo y definitivo momento en el comienzo de la vocación de Andrés es el que acabamos de escuchar. La vocación de pescadores de hombres se lleva a cabo de dos maneras. Una, la de una vida normal vivida al servicio del Reino; así hicieron y así continúan haciendo tantos buenos amigos de Jesús. Otra manera es la de cambiar radicalmente de vida; es lo que Jesús pidió a Andrés y a sus compañeros apóstoles.
Siendo maneras muy diferentes, las dos son seguimiento. No se trata de doctrinas o planes de acción. Se trata de tenerle a Él en todo momento ante los ojos, de seguir sus pasos, de acoplarnos a su ritmo. Con el tiempo el discípulo aprende que se trata también de cargar con la cruz y de arriesgar la propia vida.
El ser cristiano es seguimiento de Jesús. Y el seguimiento es, en definitiva, la perfecta conformidad con Jesucristo, creyendo lo que Él creyó, confiando como Él confió, y ocupándonos de lo que Él se ocupó.
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