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30/12/2021 Día 6º Octava de Navidad (Lc 2, 36-40)

Alababa a Dios y hablaba del niño a cuantos aguardaban la liberación de Jerusalén.

Ayer era Simeón, hoy es Ana. Ambos hablan con tanta sencillez como convicción. Quienes pasan por allí, y no perciben cosa especial en aquella joven pareja con su niño, piensan que la edad ha deteriorado las mentes de los dos ancianos. Alabar, dar gracias y hablar del niño es lo más natural para quien cree que ese niño es muchísimo más de lo que parece.

La profetisa Ana, hija de Fanuel, es modelo de tantos y tantas catequistas que hablan del niño, no desde la erudición de unos estudios, sino desde una vivencia personal de fe.

El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.

Cumplido todo lo mandado por la ley de Moisés, José y María regresan a Nazaret. Desde niño y hasta los treinta años de edad, Jesús crece en el hogar de Nazaret, junto a sus padres y junto a otros chicos de su edad. Es lo que llamamos la vida oculta. Nos gustaría que Lucas nos diese más detalles. Pero solamente nos ofrece el episodio del viaje a Jerusalén cuando Jesús tiene doce años. La vida oculta no es un tiempo de espera para lo que viene después. Los treinta años de vida oculta tienen tanta densidad de revelación como los tres de vida pública.

La sabiduría de la que va llenándose Jesús no es la adquirida en la escuela, sino la de vivir conforme a la Palabra de Dios, que es la luz del hogar de Nazaret. Más adelante, durante su vida pública, Jesús demostrará repetidamente su profundo conocimiento y familiaridad con la Palabra de Dios.

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