31/01/2022 San Juan Bosco (Mc 5, 1-20)
- Angel Santesteban
- 30 ene 2022
- 2 Min. de lectura
Pasaron a la otra orilla del lago, al territorio de los gerasenos.
Durante la travesía, los discípulos han sido testigos del señorío de Jesús sobre las fuerzas de la naturaleza; ahora van a ser testigos de su señorío sobre las fuerzas del mal. Llegan a territorio pagano, donde la vida de un hombre no vale más que la de un animal.
Al desembarcar, le salió al encuentro desde un cementerio un hombre poseído por un espíritu inmundo.
Este hombre representa a toda persona dominada por lacras o compulsiones de las que no consigue liberarse. Jesús es la fuerza con dominio absoluto sobre todo: Ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, la tierra y el abismo (Flp 2, 10).
Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él…: ¿Qué tienes contra mí, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¡Por Dios te conjuro que no me atormentes!
Está alienado, privado de sus facultades, haciéndose daño a sí mismo: hiriéndose con piedras. ¿Podríamos pensar en el sentimiento de culpa que tortura a algunas personas?
Al ver al endemoniado sentado, vestido y en sus cabales…, se asustaron.
Sentado: Jesús ha dado a aquel hombre el bienestar interior. Vestido: le ha devuelto la identidad y la dignidad.
Y empezaron a suplicarle que se marchara de su territorio.
Están asustados. Con buenos modales, le piden que se vaya y les deje tranquilos. ¿Podríamos vernos retratados en la actitud de los gerasenos cuando, por edad o por cansancio, nos hemos instalado en una cómoda poltrona?
Vete a tu casa, con los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo.
Jesús se negó a que lo siguiese. Unos seguimos a Jesús dejando casa y familia; otros, quedándonos entre los nuestros.
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