Nunca habéis escuchado su voz.
El virulento enfrentamiento entre Jesús y los dirigentes judíos sigue adelante. Comenzó en este capítulo 5 con la curación del paralítico de Betsaida; continuará en los próximos capítulos. El desenlace será la cruz.
La religión judía, especialmente la de la Iglesia oficial, había sucumbido a esa tentación tan universal de domesticar a Dios. Habían conseguido hacer un dios a su medida, enjaulado en un templo y envuelto en un sinfín de leyes y preceptos.
Su palabra no habita en vosotros.
Jesús se olvida del templo y prescinde de tantas leyes y preceptos. Para los dirigentes judíos es un revolucionario blasfemo y peligroso. Los grandes amigos de Jesús serán, como Él, subversivos: Francisco de Asís, Teresa de Ávila…. Teresa denuncia el peligro de instalarnos, y pide ir comenzando siempre de nuevo. El secreto de caminar sin sentarnos nunca a la vera del camino radica en que su palabra habite en nosotros.
El testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan.
Jesús no dice cosas que ha oído. Él mismo, su persona, es la Palabra y la Verdad. Pero aquellos dirigentes judíos no le escuchan. Están cometiendo el mayor de los pecados, el pecado contra el Espíritu Santo. Es el pecado de no permitir a Dios ser Dios. Es el pecado de pretender ser yo mismo mi propio Dios. Es el pecado de ser yo mi propio camino y mi propia verdad y mi propia vida.
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí.
No es posible el conocimiento de Jesús sin el conocimiento de las Escrituras, especialmente los Evangelios. Pero es posible ser experto en las Escrituras, como aquellos dirigentes judíos, y no estar en sintonía con Él.
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