Jesús le dice: Vete, que tu hijo vive. Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino.
Se puso en camino, confiando en la palabra de Jesús. La de este hombre camino de su casa, es una buena imagen de lo que está supuesta a ser la vida del creyente. Porque creer es caminar, aunque sea de noche, convencidos de que Dios nos está llevando hacia una vida de plenitud que a todos nos tiene preparada. Este hombre que ha oído a Jesús, que le ha creído, y que se ha puesto en camino, puede hacernos ver lo poco que creemos en nuestra oración; pedimos, sí, pero lo hacemos como quien juega la lotería, por si toca algo.
El Papa Francisco, contemplando a este hombre camino de su casa, nos dice: Pensemos si rezamos de esta manera, con perseverancia y con valor. El Señor no decepciona. Nos hace esperar, se toma su tiempo, pero no decepciona. Oremos con fe, con perseverancia y con valor.
Vete, que tu hijo vive.
El funcionario real había creído necesaria la presencia de Jesús junto a su hijo moribundo. La suya es una fe frágil, lejos de aquella fe sólida del centurión romano (Mt 8, 10). A pesar de todo, Jesús escucha su oración. No es rígido en sus exigencias. Se amolda a cada uno. Esto es un gran consuelo para quienes no tenemos una fe tan robusta como nos gustaría.
La distancia no es obstáculo para Jesús; tampoco para el creyente. Toda barrera desaparece ante la fe. Para esa fe necesitamos más de los oídos que de los ojos. Necesitamos la escucha orante y perseverante. Importan poco los resultados que los ojos puedan ver o dejar de ver.
Comments