Entonces María se levantó y se dirigió apresuradamente a la serranía, a un pueblo de Judea.
Isabel de la Trinidad oraba así este Evangelio: Cuando leo en el Evangelio que María atravesó presurosa las montañas de Judea para cumplir un deber de caridad con su prima Isabel, la veo caminar tan bella, tan serena, tan majestuosa, tan recogida dentro de sí, llevando al Verbo de Dios…Y quedaba como hechizada en la contemplación de María de la Visitación.
María es la mujer de fe. Cree lo que el ángel del Señor le ha revelado. Cree que su prima Isabel, a pesar de su edad, está encinta; y corre a ayudarla. Cree, sobre todo, en el tremendo misterio que lleva en sus entrañas. Ha dado su sí a Dios, aunque el misterio le sobrepasa. Es un misterio tan descomunal que necesita una persona amiga para compartirlo. Celebramos la fiesta de la visita de María a Isabel; celebramos, sobre todo, la visita de Dios a su pueblo.
Dichosa tú que has creído.
Isabel pronuncia la primera de las bienaventuranzas de los Evangelios. Años más tarde, Jesús la hará suya cuando, respondiendo a la mujer que ensalzó a su madre, dice: Dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan (Lc 11, 28).
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador.
Las palabras de Isabel provocan una conmoción muy fuerte en María. Tan fuerte que le desborda. Y proclama, y canta y se alegra en nombre de toda la creación. María, inspirada por Isabel, se ha hecho más profunda y gozosamente consciente de que esa misma salvación y misericordia recibidas por ella, llegan a todos los hombres de generación en generación.
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