Las tierras de un hombre dieron una gran cosecha.
Las tres lecturas de este domingo son una invitación a dar a las cosas su justo valor. El libro del Eclesiastés dice con fina ironía que hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. San Pablo nos pide aspirar a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Jesús, con la parábola del rico necio, nos exhorta a una correcta actitud ante los bienes temporales ya que la riqueza no garantiza una buena vida. En verdad, son muchos los que, por desear tener más, no saben disfrutar de lo que tienen.
El dinero es la religión del mundo. Se le rinde culto pensando solo en él, y ofreciéndole todo tipo de sacrificios. Es el dinero quien maneja como títeres a los humanos. El dinero, al carecer de entrañas de misericordia, se opone frontalmente al mandamiento del Señor.
Descansa, come, bebe, banquetea.
La parábola expresa bien el sueño de muchos. Nunca ha sido el ser humano tan experto en fabricar espejismos de felicidad y de seguridad. ¿Quizá por eso mismo nunca ha habido tantas muestras de insatisfacción y de hastío?
Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?
El verdadero problema del rico no es lo que tiene, sino el vivir para sí mismo, prescindiendo de Dios y de los demás. A Jesús no le gusta hablar de buenos y malos; prefiere hablar de sabios y necios, como en la parábola de quien construye sobre arena y quien construye sobre roca. Quien vive su vida inspirado e iluminado por la fe, es sabio, aunque su coeficiente intelectual sea pobre.
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