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31/08/2021 Martes 22 (Lc 4, 31-37)

Estaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad.

Cuando la riqueza del corazón o de la inteligencia es poca, echamos mano de la memoria tanto en la enseñanza como en la oración. Quienes escuchaban a Jesús estaban acostumbrados a escuchar a los maestros de la ley, que hablaban desde la memoria más que desde el corazón. La enseñanza y la oración, desde la memoria, carecen de alma. Los reunidos en la sinagoga de Cafarnaún están asombrados y encandilados porque Jesús les habla con autoridad, desde su vivencia personal.

¿Qué tienes contra nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: ¡el Consagrado de Dios!

Todo lo referente a las fuerzas del mal resulta cosa muy confusa. Se habla en primera persona del plural y en primera persona del singular. Jesús, desde los primeros momentos de su vida pública, se enfrentó a estas fuerzas del mal. Fue una lucha muy desigual. Las fuerzas del mal son conscientes de no tener ninguna posibilidad de victoria. Saben ante quién se encuentran, y saben que van a ser aniquiladas. Pero nunca dan su brazo a torcer. Igual que nuestro ego. Es el misterio del mal. Misterio que dejará de serlo el día en que Dios tenga a bien reconciliar por Él y para Él todas las cosas, pacificando mediante la sangre de su cruz, los seres de la tierra y de los cielos (Col 1, 20). Y, ante el nombre de Jesús, toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos (Flp 2, 10).

Podríamos intentar hacer nuestras las palabras del espíritu inmundo; no desde su desesperación, sino desde nuestra gozosa convicción de que Él va destruyendo todo aquello que envilece nuestra vida.

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