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31/10/2022 Lunes 31 (Lc 14, 12-14)

Cuando ofrezcas una comida o una cena, no invites a tus amigos o hermanos o parientes o a los vecinos ricos; porque ellos a su vez te invitarán y quedarás pagado.

Jesús nos pide hacer el bien a quienes no pueden devolvernos el favor. Nos pide un amor desinteresado, gratuito, como el suyo: como yo os he amado (Jn 13, 34). Nos pide amor puro y desinteresado. ¿Es posible? Si nos lo pide, debe ser posible. El caso es que todos somos selectivos en nuestras relaciones sociales. Esto, dice el Papa Francisco, es una forma de egoísmo, de segregación y de intereses. El mensaje de Jesús es el contrario: el de la gratuidad.

Todos tenemos algo de segregacionistas. Lo somos cuando nos sentimos superiores por pertenecer a un país, a una clase social, o a una Iglesia. Jesús quiere que hagamos entrar en nuestro círculo de cordialidad a todos: a los que carecen de techo o de prestigio, y no pueden retribuirnos. Es la lógica de la gratuidad que vemos en Jesús, en su mensaje, en su Evangelio.

El Papa Francisco dice con frecuencia que la cultura del mundo es la cultura del descarte; cultura en la que el valor de la persona depende de lo que pueda aportar. Frente a la cultura del descarte, nosotros, discípulos de Jesús, proponemos la contracultura del Evangelio: la de la inclusión, la de la vida, la de la gratuidad.

¡Qué mejor ejemplo de gratuidad que el de un papá o una mamá entregándose sin reservas a su bebé! Precisamente esos son los momentos más intensos y felices en la vida de ese hombre o de esa mujer. Vivir la gratuidad a fondo perdido es vivir la vida en plenitud.

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