Les dijo: Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres. De inmediato dejando las redes le siguieron.
Es la invitación de Jesús a los hermanos Andrés y Pedro a orillas del lago. Otros pescadores que andaban por allí, no fueron invitados. Andrés ya había tenido un primer contacto con Jesús. Fue a orillas del Jordán cuando, en compañía de su amigo Juan, le siguieron tras haber escuchado al Bautista: Ahí está el Cordero de Dios (Jn 1, 36).
Andrés no será un discípulo renombrado como su hermano Pedro o su amigo Juan. Su discipulado es más discreto, pero no menos incondicional. Andrés es buen mediador. Él pone a su hermano en contacto con Jesús: Hemos encontrado al Mesías. Y lo condujo a Jesús (Jn 1, 41). Él acerca a Jesús al muchacho de los panes de cebada y los dos pescados y así come toda la multitud (Jn 6, 9). Él, junto con Felipe, hace de intermediario entre unos griegos y Jesús (Jn 12, 22). Él, como el resto de discípulos, dará el supremo testimonio de la sangre. Murió crucificado en una cruz en forma de aspa: la cruz de san Andrés.
De inmediato dejando las redes le siguieron.
Andrés y Pedro, a la llamada de Jesús, dejan inmediatamente las redes y le siguen. También aquí nos asombra el entusiasmo de los Apóstoles que, atraídos de tal manera por Cristo, se sienten capaces de emprender cualquier cosa y de atreverse, con él, a todo (Papa Francisco).
Pasando adelante, vio a otros dos hermanos…
Jesús llama de dos en dos. Luego los enviará de dos en dos. No somos llamados solos, sino con otros; en Iglesia. El Señor no quiere que vayamos por libre. Nos quiere en comunidad, aunque perdamos agilidad y eficacia.
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