En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios… Todo se hizo por ella…
Así Juan al principio de su Evangelio. Y así al principio de su primera carta: Lo que existía desde el principio, la Palabra de vida que se manifestó, os anunciamos (1 Jn 1, 1-4). Así también al final de su Apocalipsis: Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin (Apo 22, 13).
De modo muy parecido Pablo: En Él fueron creadas todas las cosas…, todo fue creado por Él y para Él…, todo tiene en Él su consistencia (Col 1, 15-17). Para nosotros no hay más que un solo Señor, Jesucristo, por quien todo existe y también nosotros (1 Cor 8, 6).
Y la Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros.
La Palabra, Dios verdadero, se hace hombre. Nadie se extrañe de que lo que decimos creer parezca ridículo al no creyente. Es tan inverosímil que resulta inaceptable. Pero para los distinguidos con el don de la fe es apasionante. Y así, en este último día del año, decimos un sincero GRACIAS por el pasado, y un fuerte AMEN por el presente, y un gozoso ALELUYA por el futuro.
La Palabra de Dios se ha hecho hombre. Es Palabra que los más sencillos la entienden. Jesús es el proyecto de Dios hecho carne. Él ha asumido nuestra carne. Pero continuamos sin saber vivir dignamente lo carnal. También los más piadosos debemos escuchar como dirigido a nosotros aquello de vino a los suyos y los suyos no le recibieron. Deberíamos sentir la permanente necesidad de conocer mejor la Palabra hecha hombre.
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