En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios.
Iluminamos este último día del año con la grandiosa obertura del Evangelio de san Juan; es un poema sublime. Si Mateo nos ofrece la genealogía judía de Jesús a partir de Abrahán, y Lucas la genealogía humana a partir de Adán, ahora Juan nos canta la genealogía divina de Jesús, la Palabra. Pronunciada esta Palabra, como dice Juan de la Cruz, Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar.
Todo existió por medio de Ella, y sin Ella nada existió de cuanto existe.
Pablo lo dice así: Todo fue creado por Él y para Él. Todo tiene en Él su consistencia (Col 1, 16-17). Y el mismo Dios lo proclama en el Apocalipsis de Juan: Yo soy el Alfa y la Omega. Aquel que es, que era y que va a venir (Apo 1, 8).
Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros.
Se hizo carne en el seno de una mujer, y de su plenitud hemos recibido todos, y gracia sobre gracia. La carne humana de Jesús no es un manto que impide ver la divinidad; la carne humana de Jesús es pura transparencia de la divinidad: El que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado (Jn 12, 45).
Podríamos caer en algo parecido a la idolatría si en nuestra relación con Jesús prescindimos de su cuerpo físico. Por eso es preciso que la contemplación y adoración del Jesús espiritual-eucarístico estén precedidas y acompañadas de la contemplación del Jesús físico-escriturístico de los Evangelios. Es gran cosa, mientras vivimos y somos humanos, traerle humano (Santa Teresa).
Comments